En las últimas décadas, el retail se ha profesionalizado completamente. Aquella farmacia o tienda de muebles que era operada por su dueño y sus familiares terminó evolucionando para convertirse en cadenas, con sus respectivas oficinas centrales y sucursales en distintas ubicaciones. Les pasó a las tiendas de alimentos, de ropa y de electrónicos.
Pero a excepción de un puñado de marcas, no sucedió lo mismo con las joyerías y relojerías. En países como E.U.A., existen grandes cadenas a precios más accesibles, generalmente ubicadas en centros comerciales (como Zales). Sin embargo, en el mercado del lujo – en donde las marcas suizas de relojes son las protagonistas – la norma sigue siendo aquella joyería independiente, operada por el dueño y sus familiares. Muy pocas migraron a un esquema institucional, con presencia en diferentes ciudades.
En América Latina, la más grande de éstas es EMWA: una cadena de 18 tiendas, ubicadas en 10 ciudades, que los hermanos Wapinski desarrollaron a lo largo de los últimos 20 años.
Emmanuel Wapinski escapó de Polonia antes del genocidio de los nazis. Llegó a Cuba, que en los años 40 tenía una importante industria de tallado de diamantes. En un viaje a Monterrey a visitar familiares que se habían instalado en la ciudad, conoció a quien se convertiría en su esposa y decidió, por lo tanto, quedarse. Monterrey era entonces una ciudad con unos 350 mil habitantes.
En 1949 nacería oficialmente su negocio, que entonces consistía en vender joyas que le habían sido consignadas, puerta a puerta. Luego puso una pequeña oficina en la colonia Vista Hermosa; después un local en el centro de la ciudad. En los años 80, se instaló en San Pedro.
Hasta ese momento, su historia era muy similar a la de miles de negocios parecidos: el papá con sus hijos, vendiendo collares, anillos, aretes, pulseras y (pocos) relojes.
Pero en los 90, dos decisiones terminarían cambiando el rumbo de EMWA.
La primera fue la apuesta por las marcas –específicamente por las de relojes. Los hijos de Emmanuel notaban que los clientes preguntaban por marcas, y que poder ofrecerlas elevaban su perfil y ambiciones como compañía a nivel global. Consideraron que hacía sentido lograr acuerdos con las principales relojeras suizas y convertirse en un canal esencial para conectar con sus clientes. Era un cambio relevante: de ser un negocio que vendía sus propias joyas (en muchos casos, elaboradas internamente en su propia fábrica) principalmente a mujeres, pasarían a comercializar relojes producidos por terceros, para venderle a un público masculino.